
Hay toda una generación que ya no acudirá a La Catedral. Una gran cantidad de niños y jóvenes que no peregrinarán cada domingo al viejo templo de San Mamés. Hoy son ellos los mártires, los desventurados que no sabrán que las vidrieras rojiblancas crean un aura única, que los pilares en forma de columna pueden desaparecer con un arco atirantado para dotar a Bilbao de nuevos horizontes. Aquellos que nunca escucharon el resonar de la pelota entre sus muros, que nunca sintieron una fe irrefutable al pisar sus gradas o que desconocen que las ofrendas florales transpiran tradición y respeto en el Botxo, agotan sus tardes entre la melancolía y la desdicha.
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